Ir al contenido principal

Poemas sobre el mar

Hace apenas unos días fui a Cancún. Ahí, frente al mar, repetía en mi mente: el mar es un azar, el mar es un azar... Recordé algunos de los poemas que he leído sobre esta obra de la naturaleza (que respeto, de lejitos) y aquí los incluyo: pueden encontrarlos quizá en los libros de texto gratuitos de la SEP, aquellos de muy antes. Mi favorito es el último, ese lo descubrí en un pequeño libro que compré en una estación del metro hace muchos años: Poemas de las cosas que no sucedieron (compiladora Mariángeles Comesaña).


La más bella niña
Luis de Góngora y Argote

La más bella niña
de nuestro lugar,
hoy viuda y sola
y ayer por casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice,
que escucha su mal:

Dejadme llorar
orillas del mar.

Pues me distes, madre,
en tan tierna edad
tan corto el placer,
tan largo el pesar,
y me cautivastes
de quien hoy se va
y lleva las llaves
de mi libertad,

Dejadme llorar
orillas del mar.

En llorar conviertan
mis ojos, de hoy más,
el sabroso oficio
del dulce mirar,
pues que no se pueden
mejor ocupar,
yéndose a la guerra
quien era mi paz,

Dejadme llorar
orillas del mar.

No me pongáis freno
ni queráis culpar,
que lo uno es justo,
lo otro por demás.
si me queréis bien,
no me hagáis mal;
harto peor fuera
morir y callar,

Dejadme llorar
orillas del mar.

Dulce madre mía,
¿quién no llorará,
aunque tenga el pecho
como un pedernal,
y no dará voces
viendo marchitar
los más verdes años
de mi mocedad?

Dejadme llorar
orillas del mar.

Váyanse las noches,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar;
váyanse, y no vean
tanta soledad,
después que en mi lecho
sobra la mitad.

Dejadme llorar
orillas del mar.


La orilla del mar
José Gorostiza

No es agua ni arena la orilla del mar.

El agua sonora de espuma sencilla,
el agua no puede formarse la orilla.

Y porque descanse en muelle lugar,
no es agua ni arena la orilla del mar.

Las cosas discretas, amables, sencillas;
las cosas se juntan como las orillas.

Lo mismo los labios, si quieren besar.
No es agua ni arena la orilla del mar.

Yo sólo me miro por cosa de muerto;
solo, desolado, como en un desierto.

A mí venga el lloro, pues debo penar.
No es agua ni arena la orilla del mar.


Botella al mar
Mario Benedetti

El mar es un azar.
- Vicente Huidobro.

Pongo estos seis versos en mi botella al mar
con el secreto designio de que algún día
llegue a una playa casi desierta
y un niño la encuentre y la destape
y en lugar de versos extraiga piedritas
y socorros y alertas y caracoles.

poner por ejemplo en ella un grillo
un barco sin velamen y una espiga
sobrantes de lujuria algún milagro
y un folio rebosante de noticias

poner un verde un duelo una proclama
dos rezos y una cábala indecisa
el cable que jamás llegó a su destino
y la esperanza pródiga y cautiva

el mar es un azar
que tentación echar
una botella al mar

poner por ejemplo en ella un tango
que enumera todos los pretextos
para apiadarse a solas de un mismo
y quedarse en el borde de otro sueño

poner promesas como sobresaltos
y el poquito de sol que da el invierno
y un olvido flamante y oneroso
y el rencor que nos sigue como un perro

el mar es un azar
que tentación echar
una botella al mar

poner por ejemplo en ella un naipe
un afiche de dios el de costumbre
el tímpano banal del horizonte
el reino de los cielos y las nubes

poner recortes de un asombro inútil
un lindo vaticinio de agua dulce
una noche de rayos y centellas
y el saldo de veranos y de azules

el mar es un azar
que tentación echar
una botella al mar

pero en esa botella navegante
sólo pondré mis versos en desorden
en la espera confiada de que un día
llegue a una playa cándida y salobre

y un niño la descubra y la destape
y en lugar de estos versos halle flores
y alertas y corales y baladas
y piedritas de mar y caracoles

el mar es un azar
que tentación echar
una botella al mar.


A veces se piensa en el mar
Luis Rius

Cuando yo pueda andar toda una tarde
por la orilla del mar, cuando yo tenga
dinero para ir al mar, cuando me quite
esa larga pereza de estar aquí en mi casa
derrumbado, arrumbado, derrengado
en la cama entre libros y tristezas,
y acomode mi ropa y suba a un taxi
para ir a la estación del tren, y mire
cómo se van y van casas y casas
de la ciudad, y diga en pensamiento:
me voy al mar…

Cuando yo me decida
a decirme a mí mismo: voy al mar
porque no quiero estar aquí conmigo
entre harapientas, pobres soledades,
se van a incomodar todas las horas
que se habían alojado en los rincones
de este cuarto, a montones, como polvo,
acostumbradas a que nada ocurra
y al olor encerrado día tras día.

Yo sé bien que ellas saben que me he dicho
muchas veces: si yo me decidiera
y por fin fuese al mar…

Y si cerrara suave, quedamente la puerta
de la casa, pensando
que no pienso marcharme para siempre,
con el pulso tranquilo, como cuando
cierro para bajar a comprar más cigarros.
Y si bajara sin prisa la escalera
y no me detuviera y caminara y caminara
y sin sentir llegase a un tren que espera
y me subiera en él y el tren se fuese
a cualquier parte, lejos, y tuviera dinero en el bolsillo y no pensara
en todo lo que dejo aquí pensado.
Si tuviera o tuviese, si pensara
o pensase o pudiera o pudiese…

Yo sé la pena de los subjuntivos
porque tampoco saben ir al mar.

Si yo no odiara el mar, como esos otros
que les gusta ir al mar a broncearse,
a hacerse un poco estatuas de sí mismos
y enamorar al sol a otras estatuas solas.

Pero a mí no me gusta el mar. Yo digo
que me gustan los pueblos tierra adentro
con su campo labrado, con sus yuntas,
sus aperos, sus serios labradores,
y salir yo muy de mañana al campo
a oler el olor bueno de la tierra.
Porque yo soy de un pueblo tierra adentro
y nunca olvida nada el inconsciente,
dicen que dijo Freud, digo que dicen.

Si yo, si yo, si yo, si yo dijera…
sí, sí, podría decir…
(Voy a dormirme un rato, y a ver luego…)

Comentarios