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Tiene solución

Volví a la oficina el lunes 14 de febrero. Lo recuerdo porque llevé unos quequitos para compartir con el resto del equipo -que, por cierto, no conocía-. Desde entonces he estado trabajando en un proyecto muy exigente, incluso diría que el más exigente que he tenido hasta el momento en mi carrera profesional.

He estado aprendiendo mucho, pero también sufriendo ese aprendizaje: de repente se vuelve abrumadora la cantidad de información, de juntas, de correos que debo atender. Las horas laborales se extienden y me drenan la energía, me agotan. La desesperación llega porque luego cualquier pequeño detalle no relacionado -temas personales, temas de la casa- se convierte en la gota que derrama el vaso y zas: llorar, llorar, llorar. Ya lloré en el baño de la oficina, en oficinas ajenas, en la oficina de mi casa. Es estrés laboral, me autodiagnostico.

Luego, me juzgo, me recrimino la supuesta debilidad: es estrés laboral, nada más, ¿por qué te pones así? Mira como todos siguen trabajando y tú, ahí, lamentándote.

Mi intención es hacer las cosas bien, entregar en tiempo y forma, pero a veces la carga del día me sobrepasa. Y la moraleja aquí es que mucho de eso no depende de mí. Querer es poder, no te quejes. Sí, claro: quiero seguir trabajando más de 8 horas diarias, pero mi cuerpo quiere descansar, desconectarse: mi cuerpo se cansa y ya no puede.

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En el estado, hay sequía y el agua se reduce por zonas. Hay un incremento en las desapariciones de mujeres. Y esta semana, un conductor me chocó cuando iba rumbo a la oficina. Llevo casi 5 días usando collarín al momento en que escribo esto. 

Tienes que hacer tu declaración de impuestos. Pagar la tarjeta de crédito. Pedir la despensa de la semana. Pagar la mensualidad del coche. Sacar la basura. Lavar los platos. Poner al corriente tus correos electrónicos. Volver a teñirte el cabello. Pintarte las uñas. Y cuando te pregunten si eres feliz, serlo. No vayas a preocupar a los demás. Sé fuerte.

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Mi consuelo en este momento es escribir. Y resistir. Porque los días pasan, los proyectos terminan, pero la vida sigue. Tiene solución. Tiene solución. Si no me digo eso, me voy a poner muy mal. 

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Afortunadamente, hay personas que me han escuchado -o leído-. Y les agradezco. Porque no han sido días fáciles (la situación del mundo, en general, es triste, caótica, abrumadora) y tampoco es fácil romperse frente a los demás y sentirse vulnerable, más cuando se tiene esta consigna de "ser fuerte y optimista". 

Sí, los días me pesan mucho últimamente pero, citando a José Emilio Pacheco, "ni siquiera la muerte permanece". Así que seguiré intentando. Un día a la vez. Una hora a la vez, si es necesario.

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