"Me da mucha lástima tu caso, Olga", dijo uno de los clientes cuando le conté que mi correo (del trabajo), murió. Hay respaldo, sí, pero mientras tanto está inhabilitado, así que no he podido responder nada. "Necesitamos más comunicación", agregó, casi gritando. Ay. Y solo es una persona. Me da pánico pensar en cuántos pendientes están acumúlandose mientras la gente de sistemas ocupa mi máquina, cuantas personitas están gritando correo tras correo. Luego, los teléfonos, los malditos teléfonos: ring ring ring como si no hubiera un mañana -y bueno, mañana no hay bancos abiertos para hacer depósitos, así que podría aplicar solo en esta ocasión-. Quiero decirles que no podemos responder todas las llamadas, que no podemos contestar tan rápido: que en-tien-dan. Pero eso a los clientes no les importa: si algo no sale bien, es culpa del otro, del que atiende, del vendedor: del irresponsable que no pasó el pedido a tiempo, del que no llamó a alguien para hacer lo imposible.
A veces quisiera dejar el siguiente mensaje en la contestadora: "a todos nuestros distribuidores se les recuerda que no somos dioses. Impossible is something en la vida real-laboral. Se hace lo que se puede".
En esta temporada, todos quieren todo ya. Todo va de urgente a mega urgente a súper urgente a URGEEEEEEENTE a OLGA POR QUE NO ME CONTESTAS EL CORREOOOO a SUS TELEFONOS NO SIRVEN QUÉ PASA. Y yo ahí, tan humanamente inútil. Tan poco efectiva, tan poco productiva.
Entiendo: si nos ponemos en los zapatos del cliente, él es el importante. Del otro lado del mostrador, todos somos reemplazables. Pero el cliente, oh, cliente, debe sentirse siempre especial, así lo dicta el reglamento y toda la publicidad interna. Y no digo que no sean especiales, pero hay unos que se pasan de listos y se creen tallados a mano por Dios.
Me pesan los días porque no controlo el clima ni la velocidad de las entregas ni el tiempo. Pero a quién le importa eso, tal vez solo a quien me espera en casa: le preocupa que llegue tan tarde, que no coma a mis horas (que no coma), que no duerma bien, que el estrés me esté ocasionando una tos interminable. Le preocupa que nos entrenen para morir por el cliente, por dar un buen servicio y respirar, como diría Bob Esponja, pero al final del día, más le preocupa que nadie nos resuelva la eterna pregunta del customer service: ¿es más lo que se pierde o es más lo que se gana?
En esta temporada, todos quieren todo ya. Todo va de urgente a mega urgente a súper urgente a URGEEEEEEENTE a OLGA POR QUE NO ME CONTESTAS EL CORREOOOO a SUS TELEFONOS NO SIRVEN QUÉ PASA. Y yo ahí, tan humanamente inútil. Tan poco efectiva, tan poco productiva.
Entiendo: si nos ponemos en los zapatos del cliente, él es el importante. Del otro lado del mostrador, todos somos reemplazables. Pero el cliente, oh, cliente, debe sentirse siempre especial, así lo dicta el reglamento y toda la publicidad interna. Y no digo que no sean especiales, pero hay unos que se pasan de listos y se creen tallados a mano por Dios.
Me pesan los días porque no controlo el clima ni la velocidad de las entregas ni el tiempo. Pero a quién le importa eso, tal vez solo a quien me espera en casa: le preocupa que llegue tan tarde, que no coma a mis horas (que no coma), que no duerma bien, que el estrés me esté ocasionando una tos interminable. Le preocupa que nos entrenen para morir por el cliente, por dar un buen servicio y respirar, como diría Bob Esponja, pero al final del día, más le preocupa que nadie nos resuelva la eterna pregunta del customer service: ¿es más lo que se pierde o es más lo que se gana?
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