La luna de esta noche no le pide nada a las de octubre; la de hoy es una belleza fría que nos observa, como quien contempla a los peces atrapados en una fuente pequeña.
En noches así se antoja darle calor al cuerpo. Dejo este poema de Carilda Oliver para encender el fuego:
Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada;
y casi sin por qué, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.
Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada;
me desordeno, amor, me desordeno.
Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mal promesa de veneno;
y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.
(Si usted tiene a quién calentar -o quien le caliente la sangre y la cama-, hágalo: desordénese. Caiga en la tentación. Todavía quedan muchos días para arrepentirse.)
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